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Rodolfo Stanley nació en Grecia, Costa Rica, en 1950. Es un pintor autodidacta que desde sus inicios ha presentado en sus diferentes etapas ciertos elementos en común como erotismo, sensualidad, sarcasmo, irreverencia, humor, ironía y denuncia, con un gran sentido del balance dentro de los componentes plásticos.
Al finalizar el bachillerato Rodolfo empezó a trabajar como asistente del departamento de arte de una agencia publicitaria, dos años después se convirtió en jefe de arte y empezó a estudiar en las noches la carrera de Bellas Artes en la Universidad de Costa Rica, sin embargo duró unos pocos meses debido a que para ese momento tenía un proceso más acelerado.
A los 27 años creó un estudio propio de diseño publicitario e inició el estudio de la pintura realista con Gonzalo Morales hijo. En 1979 participó en la bienal XEROX de Centroamérica y Panamá, y obtuvo el primer premio de $3.500, dinero que utilizó para reforzar su conocimiento en arte y conocer galerías y museos de New York, Madrid. Barcelona y Paris.
Al regreso dividió su tiempo entre la pintura, la publicidad y el buscar galerías en el exterior, debido a lo complicado que era vivir del arte en el país. Dicha búsqueda brindó frutos y fue aceptado por tener una obra homogénea y con calidad, lo cual le permitió dejar la publicidad a los 35 años y vivir de la pintura de manera digna y con reconocimientos importantes hasta el día de hoy.
Después de tres décadas dedicadas a la pintura, Rodolfo muestra la madurez de un artista que ha definido un estilo y un mundo propios, con una visión testimonial de lo urbano en los aspectos más sórdidos del infinito latinoamericano. Sus trabajos inspirados en el costumbrismo de Costa Rica, lo convierten en un pintor social.
Rodolfo Stanley, ha realizado 43 exposiciones individuales, 17 de ellas internacionales. En Europa: Francia, Italia, España, Suiza, Alemania; en EE. UU.: Washington y Miami; en Latinoamérica: Panamá, Venezuela y Colombia e incluso en Asia: Japón.
En total, cuenta con más de 100 exposiciones colectivas alrededor del mundo.
En esta propuesta, la composición se basa en escenas etéreas que mezclan magistralmente el ballet clásico y la danza contemporánea con la yuxtaposición de planos de color y forma, manteniendo la figuración del dibujo y una delicada sensualidad. Dentro de una atmósfera romántica logra captar con equilibrio, balance, fuerza y elegancia la conjunción simultánea de la dinámica muscular y mental de las bailarinas y expresarla con total armonía de movimientos.El tema alcanza en las manos del pintor el equilibrio entre la descripción, el drama y lo pictórico en una propuesta de espacios teatrales.El gran talento, la solidez técnica y su impresionante capacidad para hacer sentir y comprender hacen de Stanley un artista capaz de establecer un diálogo expresivo entre la obra y quien la disfruta.
El recién pasado año 2005 se caracterizo por una gran cantidad de actividades que el Ministerio de Cultura y otras instituciones nacionales realizaron en conmemoración de los cuatrocientos años de la publicación de la primera para del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.
Fue un año donde artistas consagrados y personas interesadas en el arte de la plástica recrearon la figura del caballero de triste figura; la calidad de los resultados y la cantidad de propuestas que se exhibieron, mostraron que don Quijote sigue vivo en el imaginario colectivo de los costarricenses.
Hubo también casos especiales como el que hoy nos ocupa. Somos concientes de que el destacado artista nacional Rodolfo Stanley realizó, durante todo el año 2005, un trabajo silencioso, constante y de gran calidad, sobre nuestro inolvidable personaje. En pintura sobre tela y en monotipia, técnicas que manejo con gran destreza, reelaboró y recreó, los avatares del caballero, con gran imaginación y dentro de su especial distintivo, un gran dominio de los colores.
De lo anterior se desprende la importancia de este almanaque patrocinado por la empresa Masterlitho y que consta de seis obras de Rodolfo Stanley.
El simbolismo del Quijote seguirá presente, acompañándonos en nuestro diario vivir al llevar la cuenta del paso de los días. De igual manera, será un almanaque digno de la designación de la ciudad de San José como ¨Capital de la cultura Iberoamericana¨, durante el 2006.
Rodolfo Stanley nos ofrece en su última colección de pintura, Los de abajo en el Paraíso o Los comegüevos, una mirada a un pedazo de vida de la clase popular. Estos comegüevos, no pueden darse los lujos de los grandes hoteles, yathes, bebidas exóticas y playas privadas que hoy abundan en el Pacífico. Sin embargo, los de abajo, construyen un espacio multicolorido y vital que no tienen los de arriba, para quienes la apariencia, el silicón y el dinero son una coacción a la libertad vital.
¿Qué es la vida como carnaval? Según el teórico ruso Mijail Bajtin, el carnaval es un acontecimiento lúdico que se da durante un tiempo y un espacio determinado. Se establecen unas reglas -como en el fútbol o la misa- pero que en el carnaval cambian el orden establecido. La gente se libera y la prioridad son los placeres corporales: comer, beber, el sexo e incluso lo escatológico. La intimidad se desborda.
En el caso de la obra de Stanley, los de abajo aprovechan sus escasas vacaciones para entrar en este ritual carnavalesco, de estética grotesca e hibridación, en donde el consumo se ve, no en el fino placer de la comida gourmet de los de arriba, sino justamente en lo que popularmente llamamos comegüevos, refiriéndonos al pic-nic de los pobres: huevos duros, frijoles molidos, sanguches de atún y tricopilias. Pero dentro de la línea de lo grotesco, típico del carnaval, más que los alimentos en sí, advertimos su degradación: la acumulación de las bolsas de basura y las botellas y vasos plásticos tirados en la arena. También lo escatológico es parte de la obra: los rollos de papel higiénico forman parte del paisaje de manera natural.
Se dice que el carnaval nació en honor a Baco, el dios griego del vino: el liberador de los instintos mediante la bebida. En nuestro paraíso local, es una mujer la reina del carnaval: la birra.
En muchos de los cuadros encontramos latas y botellas de cervezas por doquier. El hombre que duerme plácidamente, apoyado sobre sus maletines, se ha bebido once frías. Su abultado vientre atestigua que no es su primera vez.
Al placer de la bebida y la comida se suma su consecuencia inmediata: la siesta. Todos descansan en el bochorno: desde la niñita bajo la palmera, hasta las mujeres bajo el sol o dentro de las improvisadas tiendas de campaña.
Esta cultura popular es también híbrida y creativa. Lo que se puede llamar la creatividad de los pobres, lo vemos sobre todo en las tiendas de campaña, realizadas con telas, sábanas e incluso bolsas de basura. También las parrillas y otros utensilios para cocinar son ingeniosas mezclas de aros de carro o estañones oxidados.
En este microcosmos carnavalesco de nuestra cultura popular no pueden faltar los zaguates, las chanclas y el copero. ¿Qué es la playa sin un buen granizado?
Sin embargo, el protagonista por excelencia de la colección de Stanley es el cuerpo. Pero no el de las estilizadas mujeres de los de arriba o de las rumberitas que aspiran a escalar socialmente. Es el cuerpo desbordado, en toda su libertad de carne y grasa.
Para Bajtin, el cuerpo grotesco es una celebración de la vida en su ciclo de nacimiento y muerte. El cuerpo grotesco es una figura cómica y ambivalente, ya que posee un significado "positivo", relacionado con el nacimiento y la renovación, y uno "negativo", vinculado a la decadencia y a la muerte.
Panzas, llantas con celulitis y nalgas por doquier aparecen en la mayor parte de la colección. Uno de los cuadros es un primer plano del trasero de una gorda, que no es una gorda, es simplemente una mujer seductora y seducida por el placer de la vida: es decir, la comida y la bebida.
En el caso de los hombres adultos, el descuido físico es más evidente: la panza de birra e incluso la rajita que inicia el trasero están a la vista de todos. El recato es incompatible con el mundo carnavalesco y los personajes de Stanley se desnudan a la vista de todos, sin ningún pudor ni complejo. Es la vida sin los afeites del mundo actual, en el que el parecer es más importante que el ser.
La colección de Stanley nos invita al goce de los placeres propios del cuerpo, a disfrutar de la libertad de lo erótico, lo sensual, lo carnal. Sin embargo, este mundo, como el carnaval, tiene que acabar. Es un trozo de vitalidad que le robamos a la monotonía de la vida.
Con excepción de unos pocos pueblos rurales, Costa Rica ha vivido durante las últimas dos décadas el embate de fuertes desplazamientos humanos (externos e internos) y hondas transformaciones culturales La vestimenta y el lenguaje, las creencias políticas y religiosas, los hábitos de consumo y diversión, y otras costumbres, experimentaron una severa transformación.
La pulpería y la cantina (enteramente masculina) eran, junto a la iglesia y la plaza, los principales puntos de encuentro de pueblos y ciudades. La mayoría de los ticos vivía con una digna frugalidad, resultado de sus modestos ingresos y de un marcado desinterés por los "chunches" y la ropa de marca.
La Costa Rica actual es urbana (ocho de cada diez costarricenses viven el Valle Central, bastante más rica, pero más desigual. También es más educada, más informada y más diversa. Ha aumentado significativamente el numero de familias más integradas por personas de distintas posiciones de clase y distintas visiones de vida. Es un país más heterogéneo y más suelto política, religiosa y socialmente.
El costarricense de hoy es menos ingenuo o mojigato, más independiente y critico y con una mayor dosis de cínico escepticismo. Durante los últimos años muchas figuras relevantes de la vida político, religiosa y empresarial contribuyeron decisivamente a este nuevo rasgo de la cultura nacional.
Los editores del último informe del Estado de la Nación tuvieron el acierto de colocar en la portada de este valioso documento una obra del pintor costarricense Rodolfo Stanley. El pintor logra captar a través una BODA las diferentes clases sociales, con notable perspicacia, una dimensión de la nueva Costa Rica que ha emergido como resultado del fuerte choque cultural que ha vivido nuestra sociedad. La mezcla antropológica y sociológica plasmada por Rodolfo Stanley, logra, con inusual acierto, un importante segmento de la nueva Costa Rica. La nueva psicología y antropología social, heterogénea, inoclasta, un tanto encabritada, y menos arraigada a creencias tradicionales, ha disuelto la cohesión social, tal como la conocíamos. El respeto indiscriminado hacia las jerarquías reales o simbólicas ha sufrido un desplome que no posee, a mediano plazo, marcha atrás.
La "domesticación de los dominados" de la que habló Weber, ha sufrido un debilitamiento. Toda política de Estado, todo esfuerzo colectivo, debe partir de una cabal comprensión de esta nueva realidad social.
El artista costarricense Rodolfo Stanley rinde un homenaje gráfico al erotismo con una muestra de 30 monotipias en las que trazos, colores y texturas bailan la danza de la sensualidad. La exposición se exhibe en la Galería Nacional del Museo de los Niños.
Cuerpos o detalles de ellos; atmósferas y sensaciones; juegos cromáticos e impresiones únicas en papel. En su más reciente exposición el artista costarricense Rodolfo Stanley aprovecha el expresionismo para recuperar el cuerpo humano como instrumento de comunicación.
La muestra reúne treinta monotipias en pequeño formato y permanecerá en exhibición hasta finales de marzo en la Galería Nacional del Centro Costarricense de Ciencia y Cultura (Museo de los Niños).
Vehículo seductor
Seducir al espectador con la figura humana como gancho y los recursos pictóricos como herramienta es el propósito de la exposición. En cada pieza el artista juega con la desnudez, masculina o femenina, la línea, el color y el movimiento para: "Recuperar el interés en el cuerpo humano como forma irrepetible. Retomo los valores del arte clásico, pero con una visión eminentemente individual que revela contenidos cargados de sensualidad y erotismo, como en mis obras anteriores.??
Sin embargo los desnudos no son explícitos, sino mas bien insinuados y ahí reside precisamente su atractivo: "El erotismo es un juego y su mundo está hecho de rituales, no sagrados sino paganos de voluptuosa carnalidad". Esta muestra da continuidad temática a series anteriores con "Los Parques" y "La Noche".
El artista ubica las obras de esta muestra dentro del expresionismo, corriente artística que exagera las experiencias subjetivas del individuo. Una obra expresionista utiliza deformaciones figurativas y derroches cromáticos para acentuar las emociones a veces hasta límites irreales.
La capacidad sensible, eso que llamamos cultura estética, se amplía en la medida que se globaliza más nuestra experiencia. Desde la caminata espacial hasta la comunicación interpersonal audiovisual, sin menoscabo de tiempo y espacio y diferentes, la cualificación de los sentidos compromete cada vez más al orden artístico.
El placer en la concomitancia global implica, por supuesto, una (des)colocación de este orden que, entre otras razones, resuelve muchas de las limitantes que los cultismos no pudieron explicar desde la recepción del arte. Rodolfo Stanley, lo sabe, por eso salva ante todo el movimiento, que es la misma vida, pues en medio de cualquier desorden, esta es una condición filosófica primera. En la historiografía del arte, el movimiento siempre es un gran desafío, de ahí que desde los bisontes prehistóricos, la actitud y el trato espacial hayan guardado la clave de la expresión; dos aspectos que parecen fluir sin menor complicación de la mano del artista.
La sensibilidad del baile igual se siente en El Tobogán que en los salones de cualquier Center Club, por lo que podría hablarse de ese costado sociológico de la representación, en el que las escenas recrean diferentes tipos de salones, traspasando así cualquier localismo. El gusto recrea el apetito del deseo, y, más tarde, la posibilidad de poseer.
En las primeras manifestaciones de la danza relacionadas con las tareas agrícolas, el movimiento exigía una calidad, porque en su profundidad y franqueza obtenía el fruto.El baile popular no renunció nunca a esa máxima; Stanley explaya el concepto con furor barroquista, estrategia impresionista, y rotundo sentimiento romántico, ese infinito del latinoamericano. Y es que la autonomía del gusto articula también una comunidad que la experiencia del baile en esta pintura instala en un bosque de símbolos refractarios de una dimensión cultural; lo meramente artístico exterioriza la fuerza del dibujo, quizá la mayor prueba de que los temas son un atributo más de la obra de arte, este se define realmente en la resolución con otros valores cognoscitivos: color, perspectiva, representación, y algunos más. Stanley saca partido del valor del movimiento. Si en el primero este se dispone, aquí se consumó el ambiente. En algunos cuadros, el color pudo cocinarse más, pero, por encima de esto, su silueteo ex profeso de los volúmenes rescata la esencialidad de un ritmo espacial, y la ganancia de un detalle en las inteligentes imprecisiones de los objetos, y en las facultativas pretensiones de los cuerpos y las expresiones.
Apuntar hacia algunas obras sería como recordar solo algunas piezas del baile, y se trata de todo lo contrario. Baile caliente, La Olla del Viernes, o Leda y Rodolfo son momentos, según el bolero, para no olvidar, pero Giros de la noche, o Muévelo llegan a cualquier salón con propiedad, ya que el goce de la pintura y de cualquier arte está en su fidelidad creativa. Si en algún momento este concilia o responde a preocupaciones o desilusiones sociales, justo es para salvar la vida. El público conoce muy bien eso, y lo agradece.
La noche estaba bien avanzada cuando Rodolfo Stanley entró en el salón. El aire estaba lleno de corola y humo, las figuras se desplazaban al ritmo de la seducción y el sexo. El pintor saco disimuladamente su libreta y anoto algunos contornos y siluetas con trazos rápidos ; lo demás, lo guardo en su esponjosa memoria. Así pudo pintar luego en su taller esta Serie La Noche, que mas que un reportaje al bajo mundo, es un descenso a los infiernos la manera de los románticos.
Esta muestra es una intensa visita al contramundo de las pasiones sesgadas y el amor a pagos, un testimonio de la angustia alcohólica seguida del apareamiento y la resaca, pero toda la iniquidad emerge artísticamente de las telas, con colores finos y una tierna textura, untosa y gruesa, que deja entrever el elocuente dibujo bajo capas y capas de leve pigmento.
El artista ejerce una observación aguda de las facciones iluminadas con focos estentóreos y contrastes violentos de sombras, se fascina por el detalle finamente descrito: cierta botella verdemusgo con su brillos lívidos, colillas por docenas baja la cama ese perro infame que husmea los residuos de la bacanal.
La augusta presencia de la vieja rokola, abirragada cual corbeta musical hecha de contradictorios materiales domina el ambiente mientras una ¨striptisera¨ desnuda carnes abundantes en primer plano, determinando una vertical canónica que se erige en dictadora de una composición cercana a la sección áurea.
Otro cuarto es escenario de concursos extraños, competencia de posaderas gastadas ante una concurrencia varonil jocosa que aparece en contraluz violenta, en resplandor pálido muy ämighetiano¨, un enceguecedor estallido blanco que recorta siluetas contorsionadas.
En todo eso hay un inmenso cúmulo de observación y un elaborado proceso en el que se escogen y rechazan las sugerencias crudas para darse luego a la tarea de concebir combinatorias acertadas y fecundas, seguidas del rito de trazar la trama dibujística de la tela, de contraponer masas y de configurar las coreografías con las actitudes y los gestos: cierta cadera masculina muy quebrada, el rictus de una mano, los ojos vidriosos de trasnochada.
No es poco merito no repetirse, entregarnos un muestrario completo de escenas y composiciones novedosas, encuadres cinematográficos recortados cuidadosamente. Mucho oficio de diseñador ayuda a dominar una realidad espesa y abundante que puede escaparse de las manos desparramándose para perder su capacidad de impacto, convirtiéndose en jolgorio lejano al arte, en manoseo fútil.
Por el contrario, el artista Stanley nos enseña su saber hacer, no solo saber ver, así logra una obra dotada de altos valores emotivos estéticos. Su colección homenaje a la noche no solo marca un giro en su carrera, sino que reafirma su posición relevante en el panorama plástico actual .
Rodolfo Stanley pinta lo que ve y, lo que es aún más difícil, nos hace ver, o imaginar, lo que ve. Su obra estalla, vibra, hormiguea en busca de un movimiento dentro de su frágil estatismo. Es un sutil zigzag entre la ilusión del diseño y la omnipresencia del color. Sus formas, aéreas y enrarecidas, volátiles y abigarradas a la vez, se filtran en una gasa empapada de colorido hasta saltarnos a los ojos.
Como en una película que reacciona ante el ácido de una pasión desbordada, los olores entran en acción, vibran en esa urgencia preciosista que ha tenido su pintura previamente preparados.
Su pintura es la ritualización de la vida y del arte mezclados. El ciclo, el rito, el mito que nos salva de la muerte. Su pintura no es tanto un espacio como una vibración en el aire inmóvil- móvil de la tela, que nunca es blanco. Detenida, reposada agitación que, en el cuadro, es necesariamente dimensión y perspectiva: ¿qué de todo aquello retenemos?
Retenemos esa irradiación total del color. Su ciclo de los parque alcanza un raro equilibrio, ente la saturación y la transparencia. Vemos a la vez la materia en suspensión, en esa inestabilidad, en esa vacilación de los volúmenes donde registramos la forma, el arquetipo, la sombra del mundo, el dibujo del cosmos. El tiempo no pasa en los cuadros de Stanley.
Retenemos el color y, en su agua casi táctil, una serie de impresiones: un carrusel – la vida, un carnaval, la fiesta, una orgía, un baile de mascaras, akelarre, juegos, parejas que se (des)hacen/(re)haciendo(se) el amor - ¿hacemos el amor, o el amor nos hace?, pregunta Cortázar-.
Certeza escurridiza
Stanley ve una materialidad fugándose, una certeza escurridiza por el paso del tiempo. Quizá por eso ha ¨convocado¨ los parques – como quien proclama la abolición del tiempo- como elemento estructurador de su mas reciente ciclo pictórico: esos parques donde la noche es casi perenne, en los que nada ocurre y, a fuerza de invocar la repetición de los actos humanos, todo sucede.
En el parque comienza y acaba la vida: campo urbano, naturaleza artificial en la que los niños empiezan a jugar y los ancianos pierden la memoria. Puente, transito ,túnel al descampado entre la ciudad y otra; limite que en lugar de separar, une. Lugar de comienzos, de sacrificios, de juegos, de secretos, de descubrimientos. El verdadero parque siempre esta dentro de nosotros mismos.
Su pintura tiene la cualidad de ser ligera, las figuras levitan en su propia tinta espacial, en su inaprensible mestizaje plástico, sin posible desarticulación, como fragmentos a su imán. Es este encadenamiento de flujos y apariencias lo que crea ¨la ceremonia¨, la puesta en escena de su creación.
Obra profundamente nocturna, lunar, erótica, en la cual las niñas son viejas, las mujeres muñecas o, las santas son putas o las putas... santas.
Creación religiosa y sacrílega a la vez, onírica y realista, ingenua y perversa, sensual y grotesca, donde las cosas están bañadas por una luminosidad suspensa que las aclara y también las difumina.
Pinta lo que ve y nos hace ver lo que pinta: un mundo de siluetas y apariencias, de máscaras descuartizados, de maquillajes de medianoche que ocultan un cadáver exquisito, una armadura demasiado humana.
¿Qué hay detrás del gesto, que hay más allá del color?, pregunta Stanley. Sin respuesta directa, sin embargo, el artista retrata aquel suspiro muerto que queda pegado contra el vidrio instantáneo de nuestra mirada.
En la oscilante mirada humana, el artista ha descubierto la eternidad que huye, la infinita multiplicación de los espacios que ocultan la negación de espacio. Pinta el color es también pintar el vacío. ¨Ser es la razón para dejar de ser¨, dice el imaginario y real portugués Ricardo Reis.
Rodolfo Stanley traslado su tema de los Bailongos a una escultura gigante en forma de zapato de tacón que formó parte de la exposición "Urbana" en la cual se presentaron más de 20 esculturas.
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